martes, 4 de enero de 2011

Cicatrices de la violencia

Las cicatrices de la violencia

Los hombres son los responsables del 86% de las situaciones de maltrato doméstico. ¿Qué características tienen? ¿Qué los lleva a cruzar esta línea? Cada vez piden más ayuda y se animan a dar su testimonio


No hay nada peor que ejercer violencia, que te tengan miedo, que te miren para saber si aprobás o no algo que pasó. Eso es esclavizante para los demás y para uno mismo", cuenta Ignacio, de 51 años, un hombre al que la violencia lo llevó a perder aquello que más quiere: su familia.
Esta afirmación no busca de ninguna manera justificar sus actos, sino darle una mirada más abarcativa a este complejo fenómeno social que pide a gritos una solución más efectiva. Un enfoque que va a las raíces de la violencia doméstica, que incluyen infancias traumáticas marcadas a fuego; relaciones de pareja donde predominan la sumisión y la dependencia afectiva; inseguridades y frustraciones acumuladas que se canalizan de la peor forma; serios problemas de comunicación, y una sociedad machista que avala este tipo de trato hacia la mujer y los hijos.
Si se tiene en cuenta que según las últimas cifras de la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación el 86% de las personas que ejercen violencia son varones, qué mejor que darles voz a ellos para aportar un poco de luz a esta problemática tan oscura.
"La violencia no es una enfermedad, sino un comportamiento que aprendieron en sus casas durante la infancia y que como les da resultado lo siguen usando. Al ser una conducta aprendida, la buena noticia es que se puede desaprender y es allí donde aparece la posibilidad de cambio", explica Liliana Carrasco, trabajadora social especialista en violencia, que junto a Sandra Sberna, psicóloga especializada en violencia, atienden a dos grupos de hombres violentos en la Dirección de la Mujer de Vicente López, y a uno en el Servicio Asistencial de Violencia Familiar del Sanatorio Dr. Julio Méndez.
Si bien en los últimos años se han multiplicado los espacios de tratamiento y contención para las mujeres agredidas, sus parejas sólo reciben una sugerencia del juez sobre empezar algún tipo de tratamiento, en los casi inexistentes lugares dedicados a ellos.
Sin embargo, y a pesar del profundo estigma social, cada vez más hombres se animan a participar de grupos de terapia para combatir la violencia y conseguir abrazar un ambiente familiar más sano. Son los menos y lo saben, pero esperan de a poco ir contagiando a otros para que se animen a pedir ayuda.
Ignacio creyó que después de muchos años sin episodios de violencia la tenía controlada, pero un día una explosión de ira terminó por romper su vida familiar. "Hoy estoy separado y sólo tengo esperanzas de recuperar a mi esposa y mis hijos", cuenta.
Esto lo llevó a empezar un tratamiento para hombres violentos en el que -entre otras vivencias- comparte que siempre tuvo conciencia de que lo que hacía estaba mal y de cómo eso carcomía la tranquilidad. "La ansiedad que provoca la culpa y la imposibilidad de manejar la violencia son un calvario. No sólo sufre la familia, el hombre violento también. Se mueve en un círculo vicioso del que sin ayuda es difícil salir", explica.
Ignacio señala que el punto de inflexión en el tratamiento es reconocer que uno tiene un problema que merece una solución. Ese descubrimiento genera una liberación que predispone la cabeza y el corazón para encarar cualquier proceso de transformación. "Hay recuerdos en la vida que uno no ha podido procesar debidamente y son una verdadera carga. El grupo me ayudó a tomar conciencia de que estaba imponiendo mi intolerancia a través de los golpes o la dominación. Y el ir evidenciando pequeños cambios me produce mucha paz", agrega.
"Lo importante es que se puede." Ese es el mensaje que Ignacio les quiere transmitir a otros hombres que estén protagonizando situaciones similares. "Hay otra vida para el violento, hay que descubrirla y aprender a dialogar, a ser tolerante, humilde, sabiendo que el otro tiene una opinión distinta y que vale como la mía. Es posible. Es absolutamente posible", concluye.

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No me querés; seguro que estás con otra persona más importante que yo; te demoraste porque querés que yo sufra; vos me provocás o vos tenés la culpa de que yo reaccione así son típicas frases de una persona violenta, que van contaminando la atmósfera familiar hasta convertirla en inhabitable. Los hijos, en todos los casos, son los testigos silenciosos -cuando no son también víctimas directas- de este flagelo cotidiano.
Todos coinciden en que el maltrato familiar existió siempre, aunque nadie sabe a ciencia cierta si está en aumento. Las cifras de la OVD indican -al menos- que cada vez más personas dan el salto de hacer la denuncia. "Esto puede ser porque gracias a la difusión en los medios las mujeres conocen más sus derechos. La mayoría de los denunciantes no vienen con el primer hecho de violencia, sino después de años de padecimientos", sostiene Analía Monferrer, responsable de la OVD.
La violencia doméstica es un fenómeno social que está tomando cada vez más notoriedad, pero que puertas adentro adopta formas camaleónicas, que la hacen pasar inadvertida y hasta llegan a naturalizarla. No estamos hablando sólo de maltrato físico, sino también de insultos, abandono, indiferencia, censura, amenazas, humillaciones, supuestos irracionales e intimidaciones.
De hecho, según la OVD, la mayor cantidad de denuncias recibidas fueron por violencia psicológica (90%); seguidas por física (68%); económica (30%) y, por último, sexual (13%). Desde que se abrió la OVD en 2008, las denuncias que recibieron involucran a 13.238 personas afectadas. De ellas, el 81% son mujeres y el 19% varones.
Es cierto que no existe un patrón que englobe a todos los hombres violentos, pero los especialistas -y los mismos protagonistas- se animan a enumerar algunas características compartidas: víctimas de maltrato durante la infancia, deseo de control, aislamiento con el mundo exterior, doble fachada, celos, posesión, agresividad, cambios súbitos de humor; también culpan siempre a los demás por lo que les pasa y minimizan los hechos de violencia.
"Estos hombres tienen sus sentimientos congelados porque vienen de familias que también los han maltratado y les cuesta mucho recuperarse. Ellos vieron que la violencia corta el diálogo, que es efectiva para imponer monólogos y están construidos para ganarle a la mujer", explica Zelmira L. Ardiles, vicepresidenta de la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar.
Según Eduardo Cárdenas, ex juez de familia, los hombres agresivos tienen una enorme necesidad de control y se convencen de que la mujer es una inútil. Por eso se llenan de obligaciones y sienten que ellos se tienen que ocupar de todo. "El hombre adopta la postura de que no puede dejar a su mujer porque ésta lo necesita. Sienten que tienen que encastrar perfectamente y que todo lo que sobre o falte es catastrófico", explica Cárdenas.
Son muchos los mitos instalados en torno de la violencia doméstica: uno de ellos es que sólo ocurre en las clases bajas, entre personas de educación deficiente y sin recursos. Sin embargo, los especialistas explican que se da en todos los estratos económicos, pero con sus particularidades. "En las villas, al no existir puertas ni privacidad, y vivir en condiciones de hacinamiento, la violencia se ve más. En este contexto, la Justicia es la única que le pone freno a la violencia, mientras que en las clases medias y altas existe otros tipo de contención, como la terapia. A las cifras oficiales de denuncias habría que sumar la de los terapeutas que atienden casos de violencia en sus consultorios", afirma Marisa Herrera, investigadora del Conicet y vicerrectora del Posgrado de Derecho de Familia en la UBA.
En la misma línea, el Equipo Diocesano de Niñez y Adolescencia (EDNA), del Obispado de San Isidro, agrega: "En los sectores humildes los síntomas aparecen más notorios por la posibilidad de intervención de distintos efectores, como la escuela, la salita de salud, las instituciones barriales, la parroquia o los vecinos. En cambio, en las familias con altos recursos económicos las víctimas son más vulnerales, porque este tipo de daño no se denuncia, por lo tanto, no se puede intervenir".
A todos estos elementos hay que sumarle una sociedad con dejos machistas que todavía sostiene un imaginario donde el modelo de familia confiere a la figura masculina un lugar de poder y a la mujer, de sometimiento. "Al niño lo van construyendo en la sociedad y la escuela no hace más que reforzar lo que los padres hacen en casa. El hombre necesita más controlar que golpear y la mujer se deja porque no lo considera violencia, porque está acostumbrada a que el hombre decida y le delega porque considera que ella no es tan inteligente", dice Ardiles.

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"Los hombres violentos son chicos que fueron maltratados y adultos que sufren", dice David, que durante 25 años aplicó la descalificación y la mano dura en su casa, y participa de un grupo de hombres violentos para manejar su ira.
Las discusiones eran moneda corriente. Cualquier alteración del orden, como una llegada tarde, era motivo para las discusiones y la violencia. Pero el día que por un tema doméstico sin relevancia -pero que en ese momento para él parecía de vida o muerte- David le revoleó un rodillo con el que estaba pintando la pared a una de sus hijas, su mujer le puso punto final a 25 años de maltrato y presentó una denuncia en la policía. "Me dijo que si no empezaba un tratamiento se terminaba todo. Entonces me metí en Internet y encontré el grupo de la Asociación Argentina de Prevención de Violencia Familiar", recuerda David, un hombre de 50 años, de clase media, que trabaja de manera independiente.
Este fue el primer paso de un tratamiento que lo llevó de paseo por los momentos más difíciles de su infancia que tenía reprimidos, lo ayudó a refundar las bases de la relación con su mujer y sus dos hijas, y aprender una nueva forma de vincularse con los demás. Hace dos años y medio que asiste religiosamente todos los lunes, de 19.30 a 22, a la cita con el resto de sus compañeros de ruta para crecer como persona.
"Descubrí que para lo que mi familia de origen era normal, en realidad no lo era. Mis padres golpeaban a mis hermanas y mi papá también a mi mamá. A mí sólo me pegó mi papá una vez, pero crecí en este entorno violento", recuerda David.
Gracias a la terapia, David fue descubriendo cuán profundo habían calado estas vivencias en su persona y su forma de ser: su tendencia a aislarse, a levantar la voz, a recurrir a los puños ante cualquier imprevisto, la explosiva frustración que lo invadía sin motivo aparente y su inagotable carácter irascible.
"Todo episodio traumático queda guardado en un chip. Cuando sos chico y tus viejos te pegan no te podés defender, y todos esos años de bronca acumulada producen una acumulación de angustia que después la descargás contra tu pareja porque es la persona que más te importa -dice David, que en función de lo que comparte con sus compañeros de terapia se anima a identificar patrones comunes-. Muchos de mis compañeros se han volcado al alcohol, al juego o a la comida porque son maneras de anestesiar la angustia. Los que participan del grupo mejoran en distintos niveles. El problema es que a los hombres la sociedad no les permite exteriorizar sus emociones o pedir ayuda."
David siente que aprendió muchísimo en el último tiempo y que de alguna manera agarró de la mano a su niño interior lastimado y abandonado, y lo rescató. Entre otras cosas dejó de hacer juicios de valor sobre los demás, instaló el diálogo en su casa y mejoró el clima familiar. Ahora lo que quiere es poder ayudar a otros a dar esos mismos pasos. "Cuando uno se concentra mucho en lo que pasa afuera, en controlar todo, es porque el adentro es un caos. Uno es un privilegiado de poder hacer este trabajo, estar más tranquilo, bajar las revoluciones y darse cuenta de que todo tiene solución", concluye con aires de esperanza.

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Pedir ayuda también es cosa de hombres es uno de los lemas que surgió de unos de los grupos de terapia grupal para hombres violentos que dirigen Sberna y Carrasco, y que refleja claramente el trabajo de introspección que consiguen hacer los agresores en estos espacios.
"Hay que darles a los hombres las mismas oportunidades de apoyo que a las mujeres, esto es igualdad de género. Ayudar a las mujeres y no a los hombres es un callejón sin salida", dice Carrasco. Por eso orienta todas sus energías en que los grupos sirvan para que los varones puedan atravesar distintas etapas como la negación, después una revisión de su infancia, una aceptación de su problemática y por último, un compromiso de cambio.
"Lo que nosotros tratamos de hacer acá es que se encuentren con sus emociones para que las puedan sacar afuera. Vienen los que son capaces de reconocer que la violencia los perturba. Llegan con la cabeza baja, asustados y preocupados porque la mujer no les deja ver a sus hijos, o porque el juez les ha hecho una exclusión del hogar", explica Ardiles, que desde la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar también dirige un grupo de hombres violentos.
Cristina Oundjian, especialista en violencia familiar, directora de la Red Prevención Violencia Familiar, también recibe a agresores desesperados porque no quieren perder a su mujer y entonces buscan por cielo y tierra hacer un tratamiento. "Trabajamos para que derriben estos mitos y puedan descubrir una nueva masculinidad, aprender a escuchar, la aparición de la palabra a través de la comunicación y la conexión con sus propias emociones", reflexiona.
Desde estos espacios dicen que cada vez hay más hombres que, por decisión propia, se acercan para modificar sus impulsos violentos. Sin embargo son muchos también los que desertan porque no toleran modificar su sistema de creencias o ponerse en contacto con los traumas de su infancia. No obstante, todos coinciden en que la terapia de grupo es el mejor lugar para que el hombre muestre su costado vulnerable y reciba el apoyo de otros hombres.
"En el grupo me siento de muchas maneras comprendido, contenido y que se puede vivir de otra manera y compartirlo. Además de ayudarme a entender la situación, me muestran lo que sienten las mujeres y eso amplía mi panorama. A otros hombres les digo que entiendan su situación y que no tengan miedo o vergüenza de pedir ayuda", dice uno de los participantes que prefiere no dar su nombre. Otro de sus compañeros agrega: "A medida que compartí con el grupo fui tomando conciencia de mi yo violento y así corté el círculo de violencia, reconociendo los primeros síntomas. Me siento acompañado por personas con la misma problemática, con diferentes vivencias y experiencias que me aportan herramientas para intentar manejar mi violencia interna".
En todos los casos, la violencia doméstica es un fenómeno multicausal y por eso requiere de un repaso de la biografía de la pareja implicada y de una revisión de sus formas de vincularse y comunicarse.
Para la Red Prevención Violencia Familiar, el foco está puesto en valorar la diversidad, establecer relaciones que respeten la igualdad de los miembros de la familia y que se instrumente un sistema democrático de toma de decisiones.
"Hoy veo con mucha alegría que gente que participó de los grupos y se alejó, a la primera situación de violencia que tiene con su mujer vuelve. Empiezan a tener conciencia de que se enojaron, discutieron y casi llegaron a la violencia física. Hay un registro de que pueden hacer algo diferente", dice orgullosa Oundjian.
Para Sberna y Carrasco, lo más importante es que aprendan otras formas de comunicación no violenta porque si no van a volver a maltratar a otra mujer. Se los orienta para que tengan experiencias de vida más saludables y que a partir de eso reconozcan la necesidad de cambio. "Cuando están en tratamiento ellos mismos toman medidas preventivas en favor de la mujer", explica Sberna.
De esta forma van aprendiendo técnicas para controlar su ira, entender por qué se enojan y desactivar los mecanismos que encienden la llama de la violencia.

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¿Qué se puede hacer para prevenir la violencia doméstica? Al ser un tema tan complejo necesita de una solución integral que incluya la sociedad, la escuela, los centros de salud, los organismos gubernamentales y la justicia. Todos tienen que hacer su aporte.
El desafío más grande es modificar la concepción social sobre la mujer, equilibrar su peso en la relación de pareja y revalorizar sus dones. "Hay que trabajar en una deconstrucción de estas relaciones desiguales, porque con la medida de exclusión que dicta la justicia para mantener alejado al agresor del hogar no alcanza. Porque esa mujer que no encontró la manera de revalorizarse, con el tiempo va a volver a entablar una relación desigual en la que esté presente la violencia", sostiene Herrera.
Los especialistas dicen que desde los organismos gubernamentales, las respuestas a esta temática todavía están muy fragmentadas y son espasmódicas. Si bien cuando Comunidad quiso entrevistar a los responsables del Programa Grupo AutoAyuda para Hombres Violentos, de la Dirección General de la Mujer del GCBA, obtuvo una respuesta negativa, la Oficina de Asistencia a la Víctima y al Testigo (OFAVyT) del Ministerio Público Fiscal del GCBA brindó información sobre el asesoramiento legal, la contención psicológica y social; y el acompañamiento que brindan a la víctima o a los testigos durante todo el proceso judicial.
"El problema es que hay que hacer política pública en lo social, que los trabajadores sociales vayan casa por casa para ver cuál es la situación familiar y si hace falta intervenir. El Estado tiene que organizar los recursos que tiene. ¿Cómo hacemos para que los organismos nacionales, provinciales y municipales trabajen en conjunto?", se pregunta Juan Carlos Fugaretta, ex juez de Menores y profesor universitario.
"La violencia es la contracara del amor, porque se produce entre gente que se quiere. Entonces la respuesta es volver a transformar esta violencia en amor, por medio del diálogo y la confianza", expresa Cárdenas.
Desde las instituciones sociales, EDNA dice que tienen como responsabilidad instalar el tema en la sociedad: "Concientizando sobre la gravedad de la problemática, brindando información a través de las escuelas, salitas de salud, hospitales, organismos privados y públicos que trabajen sobre tema familia, y los medios de comunicación".
En conclusión, la violencia familiar es un problema social que excede las paredes de la propia casa y que requiere de un abordaje integral. Son muchos los hombres y las mujeres que están buscando ayuda y necesitan del apoyo de toda la sociedad.
Por Micaela Urdinez
De la Fundación LA NACION
¿A DONDE CONCURRIR?
  • Oficina de Violencia Doméstica (OVD): Lavalle 1250, (011) 4370-4600

  • Programa de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de la Provincia de Buenos Aires : 0800-555-0137

  • GCBA : 0800-666-8537

  • 137: es la línea del programa Las víctimas contra la violencia del Ministerio de Justicia de la Nación.


  • Centro de la Mujer de Vicente López: (011) 4794-8188 (grupos para hombres y mujeres) y (15) 5490-9099 (hombres)

  • Servicio Asistencial de Violencia Familiar del Sanatorio Dr. Julio Méndez : (011) 4903-8591 (mujeres, niños, hombres y tercera edad)


  • Equipo de Prevención del Abuso y Maltrato en Menores y Discapacitados : www.epamm.org


  • Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar: www.aapvf.com.ar

EN LA PAREJA
Consejos para prevenir la violencia

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